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La estética del asesinato en Hannibal

El infierno de lo bello

La estética del asesinato en Hannibal: el infierno de lo bello

Nuestra relación con la muerte es extremadamente compleja. Como espectadores, la demandamos constantemente en televisión, en libros e incluso en los noticiarios. La muerte, siempre que sea ficcional o lo suficientemente lejana como para que no nos afecte, nos atrae.

En nuestro día a día el efecto es el contrario: tratamos de alejar la muerte constantemente de nuestros pensamientos. No queremos pensar en la muerte de nuestros padres, de nuestra pareja, de nuestros amigos. Preferimos vivir en una burbuja de inmortalidad, como si el presente existiese de forma estática y tangible.

En la ficción esto se refleja y la mayoría de creadores optan por no molestar demasiado a sus espectadores con cuestiones que quizá no sean de su agrado. Si la gente demanda ficciones como evasión, la muerte no puede ser el centro de la trama, sino que tiene que ser un efecto más sobre el que ésta gire.

En Hannibal, Bryan Fuller nos enfrenta a lo que somos: por debajo de nuestra humanidad, de nuestros pensamientos, de nuestra voluntad, somos materia. Somos carne.

Will comiendo
Will comiendo

La legitimidad de la muerte

Según cuenta Hobbes en Leviathan, la principal función de un líder autoritario es evitar que el resto del mundo siga ciegamente sus pasiones y deseos, las cuales desembocarían en el caos. Para llevarlo a cabo, se establecen una serie de pactos que favorecen la convivencia en sociedad. Esta autoridad debe velar por el cumplimiento de los pactos y asegurarse, mediante la fuerza, de que éstos se cumplen.

Nuestro propio Leviatán, el Gobierno, aspira a estar presente en todo momento, como un dios omnisciente. Son las fuerzas del gobierno, como la policía o el ejército, los únicos que tienen legitimidad social para matar. El monopolio de la muerte por parte de los gobiernos es tal que legislan hasta la eutanasia: la privación última de libertad hacia el individuo no es privarle de la vida sino de la muerte.

El personaje de Hannibal, naturalmente, no encaja en un universo así, pero la serie tampoco lo hace. Donde Hannibal, el personaje, emplea la violencia para desbaratar el orden establecido, Hannibal, la serie, lo hace a través de la reflexión en torno a la vida, la muerte y la belleza.

El infierno no es sólo ético y religioso, es también estético. Estamos inmersos en el mal y el pecado, pero también en lo feo. El terror de lo informe y de la deformidad, de la vulgaridad y de la atrocidad nos rodea en innumerables figuras desde sus pigmeos comienzos a la deformidad gigantesca con la que la maldad infernal ríe sardónicamente enseñándonos los dientes. Y es a ese infierno de lo bello al que queremos descender.

Karl Rosenkranz, Estética de lo feo

Hannibal desciende y nos hace descender a este infierno de lo bello, donde se nos anima a dejar a un lado nuestros juicios éticos para sufrir y deleitarnos a partes iguales.

José Ovejero habla en su ensayo La ética de la crueldad de la importancia de distinguir la crueldad real de la ficcional, «el acto en sí y su comentario». Al contrario que actos barbáricos e inhumanos que se comercializan bajo la marca «arte», como las corridas de toros, las películas snuff o cierto tipo de performances, al enfrentarnos a la crueldad ficcional el único que puede salir dañado es el lector o el espectador. Esto es lo interesante.

Continúa Ovejero hablando de cómo la mayoría de la producción literaria, audiovisual (y videolúdica, añado yo), está enfocada al mero entretenimiento, y «estar entretenido significa no sentir demasiado, ni para bien ni para mal». Son estas obras las que «dan al público el castigo que les está pidiendo, la cantidad justa de dolor que precisa para seguir viviendo tranquilamente».

Justice is blind, mindless and heartless
“Not only is justice blind, it’s mindless and heartless.”

— Hannibal Lecter

Asesinos éticos, asesinos estéticos

El mejor ejemplo que he encontrado, en contraposición a Hannibal, es Dexter, una serie de, en principio, temática similar, pero que termina pecando de maniquea y extremadamente moral. La propia serie alimenta continuamente la idea de que Dexter es éticamente bueno, que sus numerosos asesinatos son por el bien común y que es el adalid de la justicia, ya que triunfa allí donde ésta es incapaz de llegar.

Dexter es un asesino en serie para toda la familia, que ama a su mujer y a su hijo, que va a la iglesia y que por las noches hace de la ciudad un lugar más seguro cargándose a otros asesinos en serie que no son tan selectivos como él. Dexter es la espada mediante la cual el Leviatán hobbesiano ejerce todo su poder, un brazo más de la ley y del gobierno.

[Dexter] es un monstruo amable porque reconoce la (no “su”) culpa y no para de hablar de ella, pero de modo que resulta exculpable, al sugerir que no puede hacer otra cosa, pero lo que hace lo hace bien y por el bien de todos. Dexter es un fascista posmoderno, es la banalidad irónica del mal: comete acciones repugnantes con cara de no haber roto nunca un plato.

José Luis Molinuevo, Estética de teleseries

Hannibal difiere de Dexter en su honestidad. Quiere llevarnos a nosotros, los espectadores, al terreno más oscuro de nuestra alma, y no se esconde tras excusas éticas para que comprendamos al asesino de forma fácil y digerible. En Hannibal no es tan sencillo como pensar que el muerto se lo merecía, ya que éstos son a menudo víctimas en el sentido más completo de la palabra.

Según plantea Rosenkranz en la Metafísica de lo bello, el asesinato entraría dentro de lo repugnante, lo horrible, lo malo y lo criminal. Es en el apartado de lo criminal donde habla de dos formas de entender el crimen, una que está legitimada por el bien común (la de Dexter) y otra que nace del egoísmo y el beneficio propio (la de Hannibal).

A pesar de todo esto, la serie consigue que empaticemos con Hannibal, que comprendamos los deseos del monstruo y, por consiguiente, los nuestros.

Para hablar de empatía hay que mencionar, cómo no, a Will Graham.

El abismo de Will

La novela negra y, sobre todo, la policial, partía de una realidad dual, en la que el detective, representante del bien y el orden, tenía que dar caza al criminal, quien actuaba como un agente del caos malvado. En esta idea clásica, el bien y el orden van tan juntos como el caos y el mal. Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle, Agatha Christie e incluso los autores de novela negra de principio de siglo, como Chesterton o Hammet representan esta corriente (aunque los primeros difieran enormemente de los segundos).

Hannibal de Bryan Fuller, dentro del género, encajaría más en la corriente neo-noir o antipolicial, es decir, en las corrientes que intentan tanto innovar como subvertir las premisas mismas del género. De esta subversión tiene más culpa Will que Hannibal, aunque sea imposible analizar a uno sin el otro.

Will Graham ya no es un Sherlock Holmes distante, capaz de deducir quién fue el asesino desde la distancia de su despacho, ni un Sam Spade frío e impasible, capaz de limpiar un barrio de criminales con sus puños y su pistola.

No.

El arma de Will son la empatía, los sentimientos, la humanidad, algo que habían descuidado todos sus predecesores, como si no fuesen algo importante, como si fuesen algo ajeno a los detectives y a los hombres. Will es lo más cercano a un romántico-detective, a un Blake o Keats investigador, ya que él resuelve los casos gracias a su sensibilidad y comprensión. El abismo al que se enfrenta es personal, emocional y humano y, como decía Nietzsche, «el abismo te devuelve la mirada».

También nos la devuelve a nosotros, los espectadores. Desde el comienzo de la serie, Will es nuestra ancla, el protagonista de la serie, y junto a él nos vamos hundiendo progresivamente en la oscuridad.

Pipa Sherlock Holmes
Will Graham con fondo negro

Romanticismo

En Secondo (3×03), Will reconoce que nunca se ha conocido tan bien a sí mismo como cuando está junto a Hannibal. La empatía de Will provoca la paradójica situación de que sea capaz de comprender a todo el mundo menos a sí mismo. Su empatía es lo que hace que Hannibal se interese por él, primero como mera curiosidad, pero después como algo más, ya que Will cambia a Hannibal tanto como al contrario.

Lo que tienen Will y Hannibal es amor romántico en su expresión más extrema, el cual, haciendo honor a la serie, no voy a analizar éticamente, que ya se ha hecho mucho, sino estéticamente. Algunos de los momentos más bellos de la relación entre ambos los vemos en Digestivo (3×07), cuando Hannibal renuncia a su libertad por Will, o en The Wrath of the Lamb (3×13), al final de la serie, donde vemos a un Will que hace lo propio con Hannibal. Es a través de su relación con Hannibal como Will consigue hacerse dueño de su propia voluntad (will, en inglés).

Lo excepcional de la serie es conseguir narrar esta relación de amor, tan metafísica, a través de algo tan aparentemente horrible como los asesinatos. La expresión «murder husbands», acuñada por el público de la serie, o el mismo título de la canción que cierra la serie, Love Crime, reflejan este choque de contrarios. La segunda temporada es cuando Will, intentando dar caza a Hannibal, más se adentra en su oscuridad. En Naka-Choko (2×10), Will es ahora quien refleja esto en el asesinato de Randall y en el hombre-animal que realiza con su cadáver, que representa a la perfección la transformación de Will.

Pero es la tercera temporada, sobre todo en su segunda mitad, la cual abraza más fuertemente la influencia romántica de la serie, con continuas referencias a la poesía y la pintura de William Blake. En El matrimonio del cielo y el infierno, Blake se posiciona en contra de la idea cristiana de oponer los conceptos de Cuerpo y Alma, siendo el Cuerpo lo que nos hace malvados, pasionales y humanos y el Alma lo que nos hace buenos, racionales y divinos. 

 

“God can’t save any of us because it’s… inelegant. Elegance is more important than suffering.
Justice is blind, mindless and heartless
That’s his design.”

— Will Graham

Para Blake, el Cuerpo es una parte que se integra dentro del Alma de la que no debemos renegar, ya que si lo hacemos estamos dejando de lado nuestra humanidad, nuestros deseos y nuestra voluntad.

«Quienes contienen su deseo lo hacen porque el suyo es tan débil como para ser contenido», afirma Blake. Hannibal es la perfecta representación de alguien que domina por completo sus deseos, ya que no tiene moral que pueda detenerle ante nada. Will es lo contrario, es un esclavo de su moral y de su empatía y por eso vive aislado de la sociedad en su cabaña.

¿Will encuentra su voluntad gracias a Hannibal o es este último quien se aprovecha de la empatía de Will para implantar en él la suya propia? Es interesante hacer esta pregunta, pero no responderla; la respuesta es ética y la serie no va de eso. La respuesta estética la tenemos al final de la serie, escrita con sangre a la luz de la luna.

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